sábado, 21 de agosto de 2010

Panorama tétrico


Completamente solo, en mi casa de veraneo con fachada y paredes blancas tan típicas de Cádiz, habiéndose mi hermano y su novia ido a dar una vuelta, y mis padres en un bar, a las 0:20 de la noche, me hallo recostado en el improvisado sofá de afuera, en el patio, aparentemente tranquilo con mi ordenador portátil.
El patio es la “sala” principal de la casa, tiene las funciones de comedor, salón y entrada puesto que solamente forman verdaderamente parte de la “casa” las habitaciones, la cocina y el baño, lugares a los que se acceden desde el patio, desde distintas entradas.
El fortísimo viento agita con violencia las ramas de los árboles, y se escucha el tintineo de la cortina de metal que baila al son del viento. Mirar enfrente resulta excesivamente lúgubre al contar con tan solo con una única luz, localizada en la pared, encima de mi cabeza. A lo lejos se puede escuchar música solitaria, aparentemente ajena a la presencia de las personas, lo que le da al pueblo y a la noche un aspecto más escalofriante. Una brisa helada azota todo mi cuerpo, dejando tras de sí un fuerte escalofrío y convirtiendo mi piel en la piel de una gallina.
Pareciese que el fuerte viento fuera a más.
Bajo la oscura y estrellada noche se puede oír aún más a lo lejos los ladridos de, probablemente, unos cuantos perros que pareciera que gritasen en una opaca discusión que no tuviera fin. El viento, poderoso y confiado de su fuerza, hace gritar la puerta verde de metal, provocando unos chirridos infernales, dignos de película de terror. Boby, el perro de mi vecina que es de mi familia, aprovechando el espacio de la entrada que regala el viento al hacer golpear con furia la puerta de metal contra la pared con sus fuertes soplidos, entra escandalosamente al patio, sobresaltado, envuelto en una misteriosa rareza, la que siempre le suele envolver a este extraño perro.
A la noche se le suman los infrecuentes sonidos de los insectos de noche, y una misteriosa melodía un tanto inquietante se acerca más y cada vez más haciéndose cada vez más audible.
La puerta vuelve a rechinar.
La incomodidad de llevar las lentillas durante excesivas horas, al igual que, las frustración que provoca que los insectos se posen en la pantalla de mi portátil, interrumpiendo mi escritura, provocan en mí una gran incomodidad. Después de restregarme cuidadosamente los ojos, por lo que conlleva llevar puestas las lentillas, me echo a lo largo del sofá, en una posición algo más cómoda.
Una gruesa hoja del gran árbol del patio impacta escandalosamente contra el suelo, y tras de sí, se oye el rugir de un coche al arrancar. Aprovechando la situación, un insecto no duda en atacarme y abalanzarse sobre mí. Casi sin darme cuenta, cada vez me hago más consciente de que a mi alrededor suenan nuevas y diferentes músicas, haciéndose segundo tras segundo un poco más fuertes.
En un despiste, mis costillas se golpean con la esquina del portátil, provocándome un leve dolor; pero es cuando un batir de alas, de un desconocido animal, logra sobresaltarme de la escritura sin fin. El descomunal animal, que resulta ser tan solo un helicóptero, vuela por el cielo en una misión casi sin sentido, a estas altas horas de la noche.
Pareciese así pues que las plantas me observaran, y que el viento, inmerso en una demostración de su poder, pretendieran hacer crecer un miedo en mí.
Se oyen pasos.
Sin saber cómo, siento una falsa tranquilidad acompañado de un falso silencio.
Tres pasos, cuatro pasos, cinco pasos…
De nuevo siento un fuerte escalofrío y una nueva hoja cae sobre mi teclado.


Sin saber cómo, la única luz que permitía observar, fuera o no con dificultad mi entorno, se apaga; siendo la pantalla de mi ordenador portátil y la luz de la Luna mis únicas compañeras, agonizantes como una vela a punto de apagarse.
Observando con una fallida vista de felino la procedencia de aquellos pasos que cesan y prosiguen su rumbo continuamente, me miento haciéndome creer que lo más seguro es que sea el perro de la vecina.
Me pongo en pie y entro en la habitación, como la oscuridad me lo permite, caminando como el que no ve, despacito y a regañadientes para comprobar el interruptor de la luz.
No funcionaba. Pero tampoco funcionaba el interruptor de al lado.
Se había ido la luz.
Un nuevo paso se oye en la negra oscuridad.
Siendo ya más lógico, me desmentí diciéndome que un perro no haría ese ruido al andar, así que deberían ser mis padres o mi hermano los que volvían, ¿mucho antes de lo previsto quizás?
Ahora sí que el viento había conseguido lo que se proponía: el miedo me invadió.
Inconscientemente empecé a jadear de temor, y empecé a sentir un nuevo frío.
Hacía demasiado ruido al jadear.
-¿Ho-hola? -pude decir al fin.
Pero no obtuve respuesta.
Los pasos de fuera quien fuera, o lo que fuera, callaban siempre tras unos breves segundos de andanza, como tratando de acercase poco a poco hacia a mí, tomándose sus respectivas pausas con sigilo para, probablemente, sorprenderme.
Tenía realmente miedo. Demasiado...
Y un paso más…

Sentía con total seguridad que “eso”, fuera lo que fuera, se hallaba como a dos metros de mí. Intenté taparme con las manos la boca para silenciar mis jadeos que no hacían otra cosa que ayudar a identificarme con mayor facilidad en la penumbra.
Entonces fue cuando me sentí como una estúpida presa, intentando escapar portando consigo un gran cartel luminoso parpadeante en el que, con luces fluorescentes, se lee “Estoy aquí”, al darme cuenta de que tenía las manos ocupadas sosteniendo el portátil que desprendía luz de la pantalla.
Que estúpido puedo llegar a ser.
De todas maneras, ¿quién demonios se interesaría por
mí y que no fuera de mi familia? O en el peor y más extraño de los casos: ¿qué cosa?
Nunca le temí a la muerte, así que al fin y al cabo…
Fue entonces cuando con astucia, y el cuerpo tembloroso, no se me ocurrió otra mejor cosa que, con una desconocida habilidad, extender los brazos y dirigir la iluminada pantalla del portátil hacia enfrente, para determinar que era exactamente lo que se encontraba delante mía.
Entonces lo vi.
Una cara.
Un tipo que tendría más o menos mi misma edad: unos diecisiete.
Lo que más me sorprendió en aquel preciso instante no fue esa agresividad a la que estaba preparándome, involuntariamente, sin razones coherentes. Nada de eso. Fue el tono de inseguridad, duda y miedo que pude ver reflejada en aquella cara de facciones marcadas, en aquellos grandes ojos de color caramelo suplicantes, acompañados de aquellas cejas que le daban tanta expresión, con los que también hubiera sido capaz de sorprenderme a cientos de metros en una situación más “normal”. Aquel pelo negro, liso, corto y bien peinado que siempre había deseado. Esa mandíbula de las que, en otras tantas ocasiones, me había llegado a enamorar. Ese mentón de escasa barba incipiente, que nacía en el inferior de la barbilla, a modo de perilla, y que se extendía ligeramente hacia los costados con disimulo.
Con el susto y la gran tensión acumulada, también por la inesperada visita de aquel desconocido, no fui capaz de articular palabra.
Estuvimos durante varios minutos mirándonos el uno al otro en un profundo silencio.


Obviamente el segundo párrafo (rosa) es pura fantasía. Es probable que me dé por continuar esta historia, quizá incluso comience otras nuevas, pero tratándose de mí realmente nada es seguro. Eso sí, no me cabe duda de que volveré a escribir una historia. Y en el primer párrafo no he hecho nada más que narrar y describir el tétrico panorama en el que me veía envuelto en este mismo instante. Con este viento al final saldré volando por los aires… Ahora a quitarme las lentillas, a ponerme el pijama y a dormir. Mañana iré al gimnasio por la mañana, tengo que aprovechar ahora que me quedan tan pocos días para volver a Salamanca. Modestia aparte el tema de estudiar para la recuperación de Historia.
Que miedo, oigo… ¿espíritus? Buenas noches.

Entrada recientemente perfeccionada.

lunes, 16 de agosto de 2010

Ideología vacacional adolescente

Son esos veranos repetitivos los que le llegan a saturar a uno. Siempre al mismo lugar, a la misma casa, ver a la misma gente… pero la cosa es empeorable cuando hay insectos de todo tipo por doquier, cuando la palabra “tecnología” es tan poco frecuente y cuando te hayas en un lugar en donde solo hay playa. La playa no me gusta, no después de 12 años viviendo en Mallorca; y no, yendo con mis padres o con mi hermano “Stop”. Yo, esperanzado con echarle valor al asunto, convencido por atreverme a conocer a alguien nuevo, ¡cualquier persona de mi edad!, lo tengo bastante complicado. Si mis padres solo van a la playa, y a la playa yo no voy, ¿¡entonces cómo hago!? Que ya está bien que no se decidan por ir más allá de este pueblucho. Siempre rodeado de pueblos… ¡qué soy de ciudad! Y encima apoyas a hacer cosas distintas y “locas” y tus palabras pasan a mejor vida, sin ni siquiera ser una legítima posibilidad. Por no hablar del insoportable calor, del ambiente “vago” que le entra a uno en el sur, que hace que se entre en un estado latente en el que resulta difícil levantarte antes de la una del mediodía. ¿Y qué pasa con estudiar para recuperar Historia? ¡No me sale! ¡No puedo! Resulta tan… ¡imposible ponerse a estudiar aquí! Eso sí, lo único útil y de provecho que he hecho hasta ahora ha sido ir al gimnasio. Aunque la verdad que ya empiezo a saltarme algún que otro día. Pero si al final me sirve para seguir continuando haciendo deporte en mi verdadera casa, cuando vuelva, a partir de ahora, habrá merecido la pena. Más aun pensando que mi Educación Física en la escuela ha finalizado para siempre.

Al menos todo esto me servirá para que el próximo año pueda decir “¡¡¡Ni loco vuelvo a ir a Cádiz con vosotros!!!” cuando de una vez ya tengo mis 18 años. Sí, que en tres meses ya seré mayor de edad. Podré hacer cosas sin el consentimiento de mis padres, romper forzadamente la cadena a la que me tienen sujetos, hacer cosas locas, ¡y vivir un poquito más la vida! Sí, por supuesto que también me servirá para decirles “Me voy a Cazorla” en vez de “¿Puedo ir a Cazorla?”. Vaya pedazo de oportunidad que me han hecho perder… aunque ya van dos. Entonces si vuelvo a ir a Cádiz no será con mis padres, sería con amigos, que conozco a unas cuantas personas que estarían locas por ir a Cádiz, y a otros muchos que ansío ver YA. Y ya que hablo de “conozco, conozco…”, también conozco a uno, alguien grande, más de lo que pude imaginar, que dice que nos invitará a “Marina Dor, ciudad de vacaciones”. ¿Por qué no? Para todo eso y más ya estaré en mi fase de “me voy con mis ahorros sin pedir permiso”. Y si a esa “ensalada” le echamos, para terminar, un poquito de “conocer Salamanca, y a mis futuros amigos” creo que saldrá algo bastante apetitoso. Para mi desgracia no puedo vivir con la mente en otra ciudad, con la mente en Motril. Esa gente es muy importante para mí, y seguirá siéndolo, pero por mi bien y por mi futura felicidad, tengo que encontrar nuevas amistades, tan o incluso más importantes, de ser posible, como todos y cada uno de ellos. Pero no descansaré hasta volver a ver a estos últimos muy pronto. Creo que con la nueva etapa que voy a empezar, podré hacer esto y mucho más; porque pienso llegar lejos, muy lejos.

Como siempre ha sido, y siempre será para todos, durante el transcurso de nuestra vida perderemos y se alejaran cosas muy importantes para nosotros. Amigos, amores, lugares, infinidad de cosas… Pero debemos aprender a continuar nuestra vida sin estos, al fin y al cabo, nada en esta vida dura para siempre, por eso tenemos que aprovechar lo que actualmente tenemos, exprimir ese jugo al máximo, porque lo más probable es que en un futuro, quizás no muy lejano, ya no lo tengamos, y será demasiado tarde para darnos cuenta de lo importante que era eso para nosotros. Este párrafo ya me está recordando demasiado a aquel vloger que vi…

Abrir las cerradas ventanas, romper las cadenas, extender las alas mojadas, y echar a volar. Volar hacia la libertad. Dibujar tu camino y llegar a tu destino. El que será tuyo y de nadie más.

Ahora es cuando puedo ver ventajas entre todas las desventajas que encontraba en ser mayor de edad. Pero aun así, no creo que se consiga libertad plena con los padres por ser tan solo mayor de edad. Ahora tengo que comprobar como acabarán estas absurdas vacaciones, que de ello dependerán las del próximo año. Y tener carné no quiere decir que puedas viajar adónde quieras, recuerda que para ello necesitarás un coche. Y no creo que hasta mucho muchísimo tiempo yo vaya a tener uno, así que aplazaré lo del carné. Además que no quiero atropellar a nadie en el intento de sacarlo, que con mis dieciocho ya sí que me podrán meter en la cárcel. Pero llegaré muy muy lejos, eso sí, en bus.